manadas de personas que buscan,
bajo la todavía atenta mirada de la luna,
un lugar donde, dicen, dejarán de ser crías,
para convertirse en los nuevos dueños
de un planeta destrozado.
En la realidad, universo paralelo,
con sus propias leyes, instituciones y estamentos,
donde cualquier cosa, cualquiera, tiene un doble significado.
Pensando en el porvenir, por fin, me adentro en tan extraño lugar,
donde maravillas de la creación humana convierten las frías salas
en calurosos y apacibles lugares.
Apoyando el lastre en mi lecho, pongo mis frías manos sobre tan genial invento.
Una vez estabilizado, por poco, mi cuerpo, me siento.
Contemplo cómo otros repiten mi acción, uno tras otro, así hasta más de dos docenas de veces.
Contemplo, en silencio, los actos de comunicación que en ese lugar se producen,
algunos, más agradables que otros, pero todos con un mensaje.
Sin embargo, varios secretos permanecen escondidos en este lugar.
Secretos que solo algunos saben.
Secretos de los que sólo son testigos paredes y retretes.
Ya sale el sol, suena por segunda vez tan peculiar sonido.
Comienza sueño y pesadilla.
Contemplo, de nuevo en silencio, desde la sombra,
los intercambios que un ordenador, dirigido por el hombre de la chaqueta de cuero,
ha ordenado que se produzcan.
Aquellos que desean descubrir los entresijos de la vida, hacia un lado,
Otros, que por lo contrario, prefieren crear monstruosas máquinas capaces de controlar al ser humano,
hacia otro.
Y por último, aquellos que prefieren reflexionar sobre la vida y sus raíces, a otro lado.
Sin embargo, todos se juntan para resolver complicados jeroglíficos fríos, sin sentido,
códigos que solo tal bestia como el hombre es capaz de entender.
Y vuelven, los actos de comunicación que se producen,
sonrisas de complicidad, miradas de odio, abrazos, codazos,
asombra la capacidad del hombre de tratar distintamente a otros como él.
Mensajes de diverso contenido que unos envían a otros,
mensajes que se envían al aire, mensajes orales, escritos, visuales...
Pero sin duda, los más complejos mensajes son aquellos que no se emiten.
O aquellos que se emiten de una manera tan sutil que son confusos.
La debilidad del ser humano queda patente cuando su estado de ánimo cambia,
por el significado de un mínimo mensaje, una mínima expresión, una mirada, una palabra, un gesto,
o la ausencia de los anteriores.
Y mientras se resuelven los complicados jeroglíficos, los mensajes se suceden,
mensajes que llegan confusos, pero hoy llegan.
El sol luce en lo más alto,
el ordenador vuelve a distribuir según el color que le han ordenado,
las personas, que en este siglo se han convertido en las máquinas,
obedecen órdenes de tan polémico cuadrante.
Y esta vez, las paredes serán las únicas testigos de tan peligrosos secretos,
Las únicas palomas mensajeras de tan secretos mensajes,
Mensajes que quedarán cortados por distancias mínimas.
Las paredes, esos bloques de piedra y mortero,
son conscientes de esos sueños que se quedan a medias,
pero ahora ya da igual.
El sol luce en lo más alto menos dos,
el incansable y mecánico ruido suena prolongado,
todos cogen su lastre,
bajan a todo correr las escaleras,
salen del universo paralelo,
vuelven a la cruda realidad,
encienden todo tipo de aparatos,
se despiden, o no,
se alejan...
El sol, es esta vez, el único testigo de lo que acontece en las calles y rincones.
Izquierda y derecha, arriba y abajo; ahora,
destinos diferentes para cada uno de los que, a la luz de la luna, se reunieron,
para compartir o no, mensajes orales, escritos, visuales o no mensajes.
Y algunos se alejan pensando en el rico plato que mamá les tiene preparado,
otros se alejan pensando en cosas bien distintas, en los mensajes compartidos,
o en aquellos mensajes no compartidos.
El sol se esconde, las personas se refugian entre cuatro paredes,
y en su oscuridad y soledad, intentan, sin éxito, volver a ese mundo paralelo.
Las paredes del universo paralelo, testigos de tantos mensajes, esperan en silencio.
Ellas son las únicas testigos de una inquietante verdad. Sólo ellas lo saben todo.
Han oído confesiones, han visto lo no visto, han oído lo no oído.
Y es que, lo más peligroso, lo más importante, lo que más queremos, nuestras verdaderas ambiciones,
nuestros secretos, nuestros verdaderos sentimientos, son, precisamente, lo no dicho, lo no contado, lo que no queremos ver, lo que no queremos saber, lo que no queremos querer, lo que no queremos sentir.
Lo mejor y lo peor de nuestra vida se esconde en lo que no hacemos.
Los únicos felices son los que no tienen nada que esconder, porque no guardan nada entre cuatro paredes.
Y mientras los demás intentamos derribar esos potentes muros psicológicos,
Los muros de verdad, de piedra y mortero, pintados de vivos colores, como quien pinta sus sentimientos, testigos de lo que nadie sabe, esperan, tranquilos, una vez más, como desde hace tanto y tanto tiempo,
la próxima gélida mañana de invierno.
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